Escarba la memoria cuando
en su ayer, no hay postigo alguno
que dilate nuestras tres o siete
maravillas del mundo: ruinas mías,
los cirios amenazan con
despertar a la noche.
Derrumban los murciélagos del azar
escueta ligereza, salteadores
insólitos de globos de agua. Cierran
las puertas a todo peregrino que
esconde consigo algodones y viejas
reglas de infantil escaramuza.
Huraños e inquietos, alimentan
sus crías con nuestros amados
recuerdos. Honores y besos,
decoros, encuentros; jilgueros
cabalgan, espera el mortero.
No hay tiempo mi vida, quiebra
la aurora las fábulas delfines;
no hay atajo que costee aún
las piezas del olvido,
los cuartos de invierno,
las horas del hastío,
los consuelos de tu abrigo.
Perdida la presencia de no sé
qué deleite antiguo, un puente
espera mi vista,
inclinada y cansada de tanta
reverencia a la nada. Cierro
los ojos, ciclón de sienes,
donde no hay mañana.
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15 de abril de 2006
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