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8 de enero de 2007

El Centenario y el dictador

16 de septiembre de 1910
Ciudad de México

En el apogeo de las celebraciones del Centenario, don Porfirio inaugura un manicomio. Poco después, coloca la primera piedra de una nueva cárcel.

Condecorado hasta la barriga, su emplumada cabeza reina allá en lo alto de una nube de sombreros de copa y cascos imperiales. Sus cortesanos, reumáticos ancianos de levita y polainas y flor en el ojal, bailan al ritmo de Viva mi desgracia, el vals de moda. Una orquesta de ciento cincuenta músicos toca bajo treinta mil estrellas eléctricas en el gran salón del Palacio Nacional.

Un mes entero duran los festejos. Don Porfirio, ocho veces reelegido por él mismo, aprovecha uno de estos históricos bailes para anunciar que ya se viene su noveno período presidencial. Al mismo tiempo, confirma la concesión del cobre, el petróleo y la tierra a Morgan, Guggenheim, Rockefeller y Hearst por noventa y nueve años. Lleva más de treinta años el dictador, inmóvil, sordo, administrando el más vasto territorio tropical de los Estados Unidos.

Una de estas noches, en plena farra patriótica, el cometa Halley irrumpe en el cielo. Cunde el pánico. La prensa anuncia que el cometa meterá la cola en México y que se viene el incendio general.

Eduardo Galeano, fragmento de Memoria del fuego, "III. El siglo del viento".

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