—Supón que eres el personaje en una de las novelas de Virginia Woolf —dijo el narrador—. Era esa estúpida manera que Peter tenía de hacer caso omiso de las convenciones, era su debilidad, ese no tener la más mínima idea de los sentimientos de los demás lo que molestaba a Clarissa, lo que siempre la había molestado —es tu turno para actuar.
Entonces sales del cineforo, aumentando el tamaño ante tus ojos del templo Expiatorio a cada paso y la luz con que sangran los atardeceres permitiendote el paso sobre Vallarta. Tajadas de jardines a tu alrededor compadecen el verde tono con que se entera tu alma.
Aún no sabes del documental sobre Virginia Woolf en C7, después de llegar a casa, escondido en el último asiento del autobús. Ves una mujer regar su amor casto, como una hermana que consagra sus días cursis a santos marginales. Personajes invisibles que buscan trasparencia.
¿Qué es este estado entonces? ¿Indeterminación, incertidumbre, superposición cuántica, demostración del ser y su mutabilidad? Supon ya, que la alegoría termina. Cierras el libro y vas por otro al estante. La página dice:
Entonces sales del cineforo, aumentando el tamaño ante tus ojos del templo Expiatorio a cada paso y la luz con que sangran los atardeceres permitiendote el paso sobre Vallarta. Tajadas de jardines a tu alrededor compadecen el verde tono con que se entera tu alma.
Aún no sabes del documental sobre Virginia Woolf en C7, después de llegar a casa, escondido en el último asiento del autobús. Ves una mujer regar su amor casto, como una hermana que consagra sus días cursis a santos marginales. Personajes invisibles que buscan trasparencia.
¿Qué es este estado entonces? ¿Indeterminación, incertidumbre, superposición cuántica, demostración del ser y su mutabilidad? Supon ya, que la alegoría termina. Cierras el libro y vas por otro al estante. La página dice:
Dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y, acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.
-Sí he visto —respondió Sancho.
-Pues lo mesmo —dijo don Quijote— acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
-¡Brava comparación! —dijo Sancho—, aunque no tan nueva que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que, mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y, en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
-Cada día, Sancho —dijo don Quijote—, te vas haciendo menos simple y más discreto.