Yo no entiendo a los que están antes de mí. A los que están, a los que vinieron. Escuchan ellos alguna melodía extranjera a mis oídos y mi mente se nubla en una ignorancia que me molesta pero que también me da tristeza.
Quisiera comprender a esos que están antes que yo, aquellos que bajo otras cartas astrales jugaban con las otras canicas, los otros cochecitos de pedales, aludían otras canciones para dar vueltas o rompían vidrios con sus pelotas. Pero esos recreos no me pertenecen.
Alabaría contemplar tan siquiera una sola vez el modo en que ellos pasaban las calles transitadas, tomando la mano de un adulto, acompañados en su confianza. Como si imaginaran aquel simple cruce peatonal, como una aventura que recordarían por días y días. La contarían a todos sus amigos, como quien cuenta que uno se ha muerto.
Desearía que su memoria fuese más larga y ancha para poder estirame en sus emociones. Que recordaran las palabras y los hechos con mayor nitidez, sin tantos inventarios. Aunque no todo se olvidaba cuando se iban a la cama temprano. Por que a veces no cerraban los ojos por temor a que surgiera un monstruo debajo de la cama y los llevara muy lejos de mamá y papá.
Pero han dividido este mundo en generaciones. Esos que vinieron antes que yo, conocieron la muerte más temprano. Yo quisiera haberlos conocido desde antes, con las mismas canicas y el mismo dolor, porque no sé aún cómo abrazar al tío que sirve los cafés en la sala funeraria. Ni sé cómo mirar la mesa ausente de una sonrisa, o el silencio permanente de la compañera, o de un regaño o llamada de atención. No sé desaparecer todavía lo que la vida ha de dejar de mimar.
Los que vendrán después de mí sabrán algún día esto que yo me refiero.
Quisiera comprender a esos que están antes que yo, aquellos que bajo otras cartas astrales jugaban con las otras canicas, los otros cochecitos de pedales, aludían otras canciones para dar vueltas o rompían vidrios con sus pelotas. Pero esos recreos no me pertenecen.
Alabaría contemplar tan siquiera una sola vez el modo en que ellos pasaban las calles transitadas, tomando la mano de un adulto, acompañados en su confianza. Como si imaginaran aquel simple cruce peatonal, como una aventura que recordarían por días y días. La contarían a todos sus amigos, como quien cuenta que uno se ha muerto.
Desearía que su memoria fuese más larga y ancha para poder estirame en sus emociones. Que recordaran las palabras y los hechos con mayor nitidez, sin tantos inventarios. Aunque no todo se olvidaba cuando se iban a la cama temprano. Por que a veces no cerraban los ojos por temor a que surgiera un monstruo debajo de la cama y los llevara muy lejos de mamá y papá.
Pero han dividido este mundo en generaciones. Esos que vinieron antes que yo, conocieron la muerte más temprano. Yo quisiera haberlos conocido desde antes, con las mismas canicas y el mismo dolor, porque no sé aún cómo abrazar al tío que sirve los cafés en la sala funeraria. Ni sé cómo mirar la mesa ausente de una sonrisa, o el silencio permanente de la compañera, o de un regaño o llamada de atención. No sé desaparecer todavía lo que la vida ha de dejar de mimar.
Los que vendrán después de mí sabrán algún día esto que yo me refiero.
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