Madurez de la sed
voluntariamente aceptada,
encontrada en el vacío
de su acuoso reflejo
de su adoración intacta,
ondulante reposa como
la cáscara del silencio,
seduce al agua -la sed-
irradia un porvenir de infancia,
inmola la gracia que
por su afecto vaga,
deambula por la boca
atosigada por las ruinas
de tentaciones melosas,
aquellas que antes vinieron
a pedir el trago que aturde
la ascensión -la cumbre-
para caer a la flor del tacto
terrenal sin aroma ni grieta
donde se asome una vista,
y así deambulan la paciencia
la examinan y reducen
a respuesta sin pregunta
a un impulso estrepitoso
vulnerable antes unas gotas,
sólo unas cuantas -no más-
¡qué risueñas van aquellas!
despreocupadas, miserables
ofrecen la copa, el vaso,
testigos irónicos
de la potestad
del pozo.
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3 de mayo de 2008
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