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5 de agosto de 2009

Lo que pasa es que no sabes

Lo que pasa es que no sabes. No sabes aún cómo te despertaré por las mañanas sin ropa, sin las angustias que hoy te desvarían. No te das cuenta todavía que mis besos saben a remedio infalible contra el mal sabor de día. Haremos un ecosistema con tu boca y la mía. Te deparán tardes con muchas risas y no pocas fotografías, miradas sarcásticas para expulsar todo aquello que huela a fúnebre vida. La buenaventura de conocer las recetas para cocinarte entre tibias almohadas.

Parece que no sabes, pero ya lo presientes. Que estos días nublados y con mucha lluvia no pueden ser eternos y que tarde que temprano apareceré montando una estrella cosida con trozos de deseos pedidos a cometas. No desesperes mi amor, no desesperes. Si ahora sientes este dolor es para que cuando llegue yo, esa historia gris se convierta en un libro sin tapas en tu biblioteca más personal del mundo.

Llora vida mía, ¡llora! Limpia con tus lluvias el camino para llegar a ti. Llora, con dignidad y alegría. Los cristales en tus ojos serán las ventanas que un día defenderán nuestro hogar. Cargo puertas ligeras, tan fáciles de abrir como tus labios húmedos. No habrá nunca espejos rotos en la alcoba, sino agua clara en el estanque del alma.

No sé cuántos días hagan falta para evidenciar en tu ser, mi existencia. A veces dices que soy un fantasma que nunca llegará a formalizar con carne su esencia. Otros días crees verme dando vuelta por la esquina o entre la multitud rígida que cruza la calle. Como ojos que te persiguen desesperados, siempre buscando. Así también crees percibir mi aliento cuando con conformismo besas a otro cualquiera. Pero no soy yo. Te das cuenta cuando las hojas cambian de color pero tus dedos siguen jugando solos a tocar el piano de tus heridas.

Lo que pasa es que no lo sabes. Que he perdido ya las millas de viajero infrecuente, que mi punto de destino no es una barca estable en el muelle, un oasis escondido en la ciudad o una isla alrededor de las montañas. Las millas que yo viajo, son tus sueños, tus bostezos y tus complacencias. Te conozco, bien que te conozco al levantar la mano lentamente y pedir la cuenta; al mirar a veces con dicha y a veces con desgano la mañana que se te presenta repetida, como película sabatina; te reconozco cuando asumes con tus ojos el universo que de ti nace, que de ti desciende, que en ti confía. ¿No ves como cada uno de tus errores multiplicados no llegarán nunca a ser los panes que devuelves a la vida?

Como una ola que pretende ser el mar, como una sinécdoque desgastada a la orilla de algo que no sabe bien qué es pero avanza: seré yo tu banco de coral, el rompeolas dulce fabricado por la ingeniería hidráulica en pos de tu ímpetu que no tiene fin, que destruye embarcaciones y hunde a naúfragos como a botellas.

Te doy tiempo. Te doy caridad. Me doy a ti. Toma a esos discípulos que sin verguenza te añaden adornos, te pintan recuerdos tristes en el balcón y te ponen una máscara sintética. Pero cuando llegue el día, sabrás pues que esa máscara no eres tú y la tirarás al vacío y verás que el tiempo gira hacia todos lados. La felicidad que en ese instante surgió intercambiará todos los males por bienes a ratos. Me doy a ti.

Lo que pasa es que no lo sabes, quizás nunca lo sepas.

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