Entró lentamente. No se había sentido tan nerviosa desde aquella vez en que había ido con su ex novio Eduardo al motel con camas de agua a las afueras de la ciudad. Pasó junto al mostrador sin mirar al vendedor. Los ruidos de los coches y los pasos de transeúntes eran un eco cada vez más triste en la lejanía. La luz no derrotaba a los vidrios polarizados junto a la puerta. El ambiente sombrío y los neones del lugar intensificaban la apariencia onírica. A su izquierda colgaban una serie de variopintos artefactos para proveer placeres recónditos tanto a hombres y/o mujeres. El olor a plástico le recordó a las muñecas con las que jugaba cuando era niña.
Pasó por el pasillo de la ropa: lencería, ligueros, bikinis, zapatos, disfraces... Algunas parecían ser parte del guardaropa cotidiano de las amigas que no tenía. Recordó también cuando Eduardo la había sorprendido en su recámara y le preguntó si ella tenía ropa sexy. Pero francamente, ella nunca había comprado ese tipo de prendas. No es que nunca lo hubiera deseado, pero siempre sacaba un pretexto para no adquirir atuendos más provocativos. Y luego, ¡qué pasaría si en su casa la descubren con esos trapos que no tapan nada!
Llegó por fin a la sección de películas. Se sabía observada por el vendedor del local y por un cliente que fingía hojear las revistas porno, un señor de por lo menos cuarenta años y una pensión que pagar a su ex mujer. Al estar frente a ese amplio catálogo de filias grabadas en video, su desconcierto aumento un poco. ¿En realidad qué era lo que la excitaba? Al menos, hasta este punto de su vida, sabía lo que no. Cuando Eduardo la obligaba a mirar películas con mujeres tocándose o parejas cogiendo en lugares públicos, ella mejor pensaba en otra cosa. Su mente volaba a otro lado mientras su cuerpo era inercia pura junto a los movimientos de Eduardo. En esos momentos se sentía muy lejos de lo inmediato. Buscó en la sección hétero. Miró la portada de algunos DVD y leyó otras tantas contraportadas. De repente, una chispa ahogó sus ojos. Recordó por qué estaba ahí. Decidida, caminó hacia la salida, mirando de reojo al hombre que ahora se dirigía a las películas que ella había consultado pero con un paso seguro hacia la caja. Se paró de súbito y vio los ojos intrigados del empleado quien no porfió palabra alguna. Entonces, ella juntó sus manos como quien está por comenzar una plegaria, abrió los labios y sentenció:
-¿Tiene películas... donde las personas... hagan el amor?
-Tenemos softcore. Sexo no explícito. Más tranquilo, si eso es a lo que se refiere.
-¿Pero... hacen el amor?
-Por supuesto que cojen. Todas las películas que tenemos son así. Si no, ¿para qué venderíamos películas? Si lo que quiere son películas románticas váyase al blockbuster.
Se volvió a mezclar entre la gente. Ésta es la quinta tienda en la semana. Se cubre con las manos la cabeza, comenzará a llover, olvidó su paraguas en casa.
Pasó por el pasillo de la ropa: lencería, ligueros, bikinis, zapatos, disfraces... Algunas parecían ser parte del guardaropa cotidiano de las amigas que no tenía. Recordó también cuando Eduardo la había sorprendido en su recámara y le preguntó si ella tenía ropa sexy. Pero francamente, ella nunca había comprado ese tipo de prendas. No es que nunca lo hubiera deseado, pero siempre sacaba un pretexto para no adquirir atuendos más provocativos. Y luego, ¡qué pasaría si en su casa la descubren con esos trapos que no tapan nada!
Llegó por fin a la sección de películas. Se sabía observada por el vendedor del local y por un cliente que fingía hojear las revistas porno, un señor de por lo menos cuarenta años y una pensión que pagar a su ex mujer. Al estar frente a ese amplio catálogo de filias grabadas en video, su desconcierto aumento un poco. ¿En realidad qué era lo que la excitaba? Al menos, hasta este punto de su vida, sabía lo que no. Cuando Eduardo la obligaba a mirar películas con mujeres tocándose o parejas cogiendo en lugares públicos, ella mejor pensaba en otra cosa. Su mente volaba a otro lado mientras su cuerpo era inercia pura junto a los movimientos de Eduardo. En esos momentos se sentía muy lejos de lo inmediato. Buscó en la sección hétero. Miró la portada de algunos DVD y leyó otras tantas contraportadas. De repente, una chispa ahogó sus ojos. Recordó por qué estaba ahí. Decidida, caminó hacia la salida, mirando de reojo al hombre que ahora se dirigía a las películas que ella había consultado pero con un paso seguro hacia la caja. Se paró de súbito y vio los ojos intrigados del empleado quien no porfió palabra alguna. Entonces, ella juntó sus manos como quien está por comenzar una plegaria, abrió los labios y sentenció:
-¿Tiene películas... donde las personas... hagan el amor?
-Tenemos softcore. Sexo no explícito. Más tranquilo, si eso es a lo que se refiere.
-¿Pero... hacen el amor?
-Por supuesto que cojen. Todas las películas que tenemos son así. Si no, ¿para qué venderíamos películas? Si lo que quiere son películas románticas váyase al blockbuster.
Se volvió a mezclar entre la gente. Ésta es la quinta tienda en la semana. Se cubre con las manos la cabeza, comenzará a llover, olvidó su paraguas en casa.
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