En el trajín vayvenoso de la tarde, un payaso sube. Cuenta sus chistes sin incendiar ninguna boca, sin alterar ningún bolsillo. Camina de un lado a otro del camión. De súbito, en un halo milagroso, mira a la joven rubia sentada junto a mí. La observa y le dice: Cásate conmigo. Ella palidece, como lo haría cualquier tapatío al ser embestido por un artista público. No responde. El payaso acecha. Se acerca. Pone una cajita en su mano y le repite: Cásate conmigo. Se quita la peluca, los lentes. Se vuelve hombre, la mira y le repite: Cásate conmigo. Entonces, invadidos por la ternura, nuestras almas empezaron a reír y aplaudieron.
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7 de diciembre de 2009
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