Después de esa disputa. De la garganta que no sabía cómo enmendar el sonido. De nuestras avergonzadas caras buscando la evasión de los ojos, mi mirada alcanzó tu libro. El libro que contenía los poemas que ya antes te había enviado ausente de voz, iba a poblar esta vez con mis ansias de resurrección. Y Pablo Neruda nos salvó el alma aquella noche:
Y PORQUE Amor combate
no sólo en su quemante agricultura,
sino en la boca de hombres y mujeres,
terminaré saliéndole al camino
a los que entre mi pecho y tu fragancia
quieran interponer su planta oscura.
De mí nada más malo
te dirán, amor mio,
de lo que yo te dije.
Yo viví en las praderas
antes de conocerte
y no esperé el amor sino que estuve
acechando y salté sobre la rosa.
Qué más pueden decirte?
No soy bueno ni malo sino un hombre,
y agregarán entonces el peligro
de mi vida, que conoces
y que con tu pasión has compartido.
Y bien, este peligro
es peligro de amor, de amor completo
hacia toda la vida,
hacia todas las vidas,
y si este amor nos trae
la muerte o las prisiones,
yo estoy seguro que tus grandes ojos,
como cuando los beso
se cerrarán entonces con orgullo,
en doble orgullo, amor,
con tu orgullo y el mío.
Pero hacia mis orejas vendrán antes
a socavar la torre
del amor dulce y duro que nos liga,
y me dirán: -"Aquella
que tú amas,
no es mujer para ti,
por qué la quieres? Creo
que podrías hallar una más bella,
más seria, más profunda,
más otra, tú me entiendes, mírala qué ligera,
y qué cabeza tiene,
y mírala cómo se viste
y etcétera y etcétera."
Y yo en estas líneas digo:
así te quiero, amor,
amor, así te amo,
así corno te vistes
y como se levanta
tu cabellera y como
tu boca se sonríe,
ligera como el agua
del manantial sobre las piedras puras,
así te quiero, amada.
Al pan yo no le pido que me enseñe
sino que no me falte
durante cada día de la vida.
Yo no sé nada de la luz, de dónde
viene ni dónde va,
yo sólo quiero que la luz alumbre,
yo no pido a la noche
explicaciones,
yo la espero y me envuelve,
y así tú, pan y luz
y sombra eres.
Has venido a mi vida
con lo que tú traías,
hecha
de luz y pan y sombra te esperaba,
y así te necesito,
así te amo,
y a cuantos quieran escuchar mañana
lo que no les diré, que aquí lo lean,
y retrocedan hoy porque es temprano
para estos argumentos.
Mañana sólo les daremos
una hoja del árbol de nuestro amor, una hoja
que caerá sobre la tierra
como si la hubieran hecho nuestros labios,
como un beso que cae
desde nuestras alturas invencibles
para mostrar el fuego y la ternura
de un amor verdadero.
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18 de abril de 2010
10 de abril de 2010
Constructor de villas
Un día me di cuenta que estaba tomando más frases de otros para construir mi cuarto de palabras. No era tan malo, algunos párrafos resumían con mayor claridad invenciones que alguien más podía haber reflexionado mejor que yo. Pero aún así, padecía de insuficiencia. Comencé a organizar las mías, mis palabras. A salpicar mi cama con adjetivos que había visto antes en la universidad, a remendar la ropa con los sustantivos que habían pintado en las calles, a cambiar el cristal de las ventanas con los verbos que moldeé en la cocina de mi existencia. Eran mis palabras, mis entonaciones sobre los actos de mi vida. A fin de cuentas, no hacía más que volver a llenar la cubeta vacía con mi propia tinta, sin separarme enterarmente. La destrucción no era total, no llevaba a la nada, porque al final, de los escombros comenzaría una vez más la construcción de este cuarto de palabras.
7 de abril de 2010
Reconstrucción de una tarde de primavera en un apartamento de París
Hay recuerdos que necesitan tiempo para ser escritos. Éste, sucedió hace casi un año. ¿Necesité un año para escribirlo? Estoy seguro que si lo hubiera escrito antes, habría tenido más detalles, más pequeñas cosas, pero no, tal escena no la hubiera escrito con la misma hambre de memoria. Hoy podría escribir lo que me pasó hoy mismo en mi vida, pero qué sentido a largo plazo tendría para mi habitación de recuerdos. Estoy consciente de que es una aproximación e incluso una ficcionalización, pero no completamente, ni parcialmente. Es algo que viví en realidad, es algo que no se podrá repetir. Es un momento de mi juventud en el que alcancé a vislumbrar la pasión pura. Algo que nadie puede hacerte vivir, ni enseñarte, ni transmitirte mediante fórmulas...
Es la rue du Fer à Moulin, el 5 arrondissement de París: Mouffetard. No era mi barrio, ni eran mis calles, pero en ese momento tomaron un significado para mí. Pasaron a formar parte de mi historia, de mi ser. No seré el mismo después de estas calles, de la huelga que los estudiantes hacían en la Université Sorbonne Nouvelle, como en el resto de las universidades francesas en 2009.
Recién habíamos caminado bajo los reverdecidos árboles del Jardin du Luxembourg. ¡Por dios, hace un año vivía aún en París! Nos encontramos en las sillas movibles frente a la gran fuente. Pero duramos poco vagando por ahí. Cruzando el Panteón me confesó lo rudos que pueden ser los franceses con las modas inglesas. Los parisinos son los más mesurados y atinados en la combinación robótica de la moda. Algo que a Emma le desagradaba.
No hay un metro o RER que vaya directo de Luxembourg a Censier Daubenton. Así que los 5 minutos que podría hacer ese trayecto en un metro que no existe, lo hicimos caminando en 25 minutos. No podría comparar la belleza de Paris cuando abandona el invierno y se adentra a la primavera. El cielo, el sol, los pájaros y la alegría de ver los árboles revestidos. O la compañía de una mujer que se cuelga de tu brazo entre aquellos jardines, y luego...
La perseguí al subir las escaleras. No pude alcanzarla hasta el último piso. Nunca usé el ascensor en su edificio. Prefería agotar mis pasos en las escaleras. La ventana abierta, poco después de la hora de la comida, Paris tomando la siesta embriagada. Los vecinos con las ventanas abiertas de los balcones, los coches pasan como estrellas fugaces antes del amanecer. Ella que se aleja de la cama y de a poco cierra las cortinas. Un pequeño rayo entra, el amarillo resplandece entre el rojo. Los colores y las fotos de su cuarto de mujer me invitaban a echar un vistazo, a pagar tributo por mi destierro, o bienvenida.... Tiramos un vaso de agua sobre todos los papeles, casi en su computadora. Nos reímos. Jugamos a las sábanas, a las almohadas....
-¡Shhhhhhh teléfono, es mi madre!
Hago gestos ridículos mientras me tiene cautivo en el silencio. Aguanta la risa, de una manera devotamente británica.... Y ese abandono, ese dejar de ser yo, de ser ella, de ser París, de ser una habitación en un edificio donde sabe cuántos otros han probado el amor efímero pero sustansioso, el que sabe reanimar almas tristes. El sol se acostaba con nosotros: horas y horas hasta que la noche destierra a Romeo de los brazos de Julieta. ¿Cuando amamos realmente, no es como si fuera la primera vez, cada vez?
Que quede claro que no hay melancolía, quizás algo de nostalgia. Pero que la primavera vuelve siempre a los corazones libres, a los que saben esperar la luz. A los que no se reconfortan con simples artificios pasajeros, a los que se lanzan en expediciones peatonales, iluminados por la vida.
Así la veo.
Es la rue du Fer à Moulin, el 5 arrondissement de París: Mouffetard. No era mi barrio, ni eran mis calles, pero en ese momento tomaron un significado para mí. Pasaron a formar parte de mi historia, de mi ser. No seré el mismo después de estas calles, de la huelga que los estudiantes hacían en la Université Sorbonne Nouvelle, como en el resto de las universidades francesas en 2009.
Recién habíamos caminado bajo los reverdecidos árboles del Jardin du Luxembourg. ¡Por dios, hace un año vivía aún en París! Nos encontramos en las sillas movibles frente a la gran fuente. Pero duramos poco vagando por ahí. Cruzando el Panteón me confesó lo rudos que pueden ser los franceses con las modas inglesas. Los parisinos son los más mesurados y atinados en la combinación robótica de la moda. Algo que a Emma le desagradaba.
No hay un metro o RER que vaya directo de Luxembourg a Censier Daubenton. Así que los 5 minutos que podría hacer ese trayecto en un metro que no existe, lo hicimos caminando en 25 minutos. No podría comparar la belleza de Paris cuando abandona el invierno y se adentra a la primavera. El cielo, el sol, los pájaros y la alegría de ver los árboles revestidos. O la compañía de una mujer que se cuelga de tu brazo entre aquellos jardines, y luego...
La perseguí al subir las escaleras. No pude alcanzarla hasta el último piso. Nunca usé el ascensor en su edificio. Prefería agotar mis pasos en las escaleras. La ventana abierta, poco después de la hora de la comida, Paris tomando la siesta embriagada. Los vecinos con las ventanas abiertas de los balcones, los coches pasan como estrellas fugaces antes del amanecer. Ella que se aleja de la cama y de a poco cierra las cortinas. Un pequeño rayo entra, el amarillo resplandece entre el rojo. Los colores y las fotos de su cuarto de mujer me invitaban a echar un vistazo, a pagar tributo por mi destierro, o bienvenida.... Tiramos un vaso de agua sobre todos los papeles, casi en su computadora. Nos reímos. Jugamos a las sábanas, a las almohadas....
-¡Shhhhhhh teléfono, es mi madre!
Hago gestos ridículos mientras me tiene cautivo en el silencio. Aguanta la risa, de una manera devotamente británica.... Y ese abandono, ese dejar de ser yo, de ser ella, de ser París, de ser una habitación en un edificio donde sabe cuántos otros han probado el amor efímero pero sustansioso, el que sabe reanimar almas tristes. El sol se acostaba con nosotros: horas y horas hasta que la noche destierra a Romeo de los brazos de Julieta. ¿Cuando amamos realmente, no es como si fuera la primera vez, cada vez?
Que quede claro que no hay melancolía, quizás algo de nostalgia. Pero que la primavera vuelve siempre a los corazones libres, a los que saben esperar la luz. A los que no se reconfortan con simples artificios pasajeros, a los que se lanzan en expediciones peatonales, iluminados por la vida.
Así la veo.
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