¡Qué triste y qué hermoso! Le daban ganas de llorar mansamente, pero no de llorar por él, de llorar por aquellas palabras tristes y hermosas como música.
James Joyce
Por un tiempo llegué a usar audífonos en la calle. Menos de un año. Hasta que se descompusieron. Al tomar el camión para ir a trabajar y al regresar del trabajo. Había sólo una canción que no podía escuchar de ida, porque la emocionalidad y la intensidad de ella me habría hecho llorar en el camión. Pero de regreso, al bajar y caminar por la calle larga junto a la unidad, solo, bajo los árboles y sin transeuntes, las emociones rodaban y se hacían unas con la pieza y lloraba como si mi misma madre o padre hubieran muerto:
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