Pensamientos que no encuentran cabida en los diálogos protocolarios de la vida cotidiana, quizás en un poema, pero después.
Existen en nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada uno la suya.
Honoré de Balzac
Honoré de Balzac
El recuerdo más lejano en mi memoria es quizás el de mi madre abrazándome como si fuera un bebé, lo era, en Michoacán mientras fuegos artificiales desgarraban el cielo y yo lloraba.
Pero no quiero dar vueltas en el asunto y dar una estruendosa presentación para el recuerdo que actualmente concentra mi atención hacia mi cada vez más lejana infancia.
Mi abuelita (mami -que así le digo-) trabajó hasta hace 6, 7 años como una persona que hacía el aseo en oficinas de orden generalmente jurídico, aunque también trabajó en una pequeña oficina para la empresa Bayern, por el rumbo del ferrocarril, en Guadalajara. En fin, ese era su trabajo. Desde antes de que yo naciera ella ya trabajaba ahí, y de vez en cuando, llevaba a su primer nieto para que le "ayudara" o la acompañara; así llevó a Ricardo, Bruno, Carolina, entre otros primos.
Cabe señalar que esta abuelita es la mamá de mi mamá. Entonces cuando yo tenía alrededor de 5, 6 años, también fui muchas, muchísimas veces a ayudarle, la verdad recuerdo que lo único que hacía era trapear y regar las plantas con la manguera, me encantaba regar las plantas y flores.
Tomábamos el trolebús 500 y bajábamos en Av. Vallarta a la altura de Chapultepec, más o menos, cuando íbamos a esas oficinas. Yo sólo iba en días festivos, cuando no había clases, me gustaba ir porque mi abuelita siempre me llevaba a donde yo quisiera ir a comer. ¿Showbiz pizza? ¡Claro! Es más, en este momento recuerdo el sabor de la pizza, que a mi papá nunca le gustó (por lo que representaba ese lugar), pero yo tenía a mi abuelita que me llevaba cada vez que yo quería.
Eran los años ochenta. McDonald's, Kentuky FC, y todos esos restaurantes de comida rápida eran nuevos y para un niño eran lugares para conocer, aunque a McDonald's sólo fui 2 o 3 veces (en mi vida). En fin, era muy consentido por mami.
Recuerdo esas calles llenas de árboles, plantas verdes, sombras y silencio, mucha tranquilidad, eran zonas especialmente para oficinas, no había niños jugando en las calles. A la primera oficina que íbamos era la Ferro, mi abuelita siempre la llamaba así, no recuerdo por qué. Bueno ahí, en ese lugar, que contaba con las primeras escaleras oculatas más tétricas que haya visto en mi vida, ahí donde recuerdo tomé seven-up para aliviar un dolor estomacal y a la vuelta de la esquina vendían pizzas, ahí donde al final del primer piso había un escueto jardín pero vivo. Ahí conocí al primer amor de mi vida.
Dicen que en la infancia los niños adoptan objetos, formas, figuras, complejos, y que estos se quedan para toda su vida. Yo no sé, pero lo sé bien. Recuerdo que se llamaba Patricia y era secretaria; sin embargo, no la recuerdo muy bien. Yo era sólo un niño, un niño tímido y "ranchero" como muchas veces me dijeron. Las formas, figuras, colores y matices devieron resaltar mucho en ella para que yo callara aún más, para que me pusiera detrás de mi abuelita, para que silenciosamente yo la apreciara. Cada vez su cara es más y más distante. Rubia, ojos verdes, delgada y con una hermosa sonrisa, pero su voz podía perder a las sirenas, sin embargo son las palabras de niño que la describen, fotografías mentales que no hablan el lenguaje. Era secretaria. El amor platónico de un niño, yo, era ella.
Sin embargo, esto no es un recuerdo de algún tipo de parafilia sexual, sino el primer acercamiento de un niño con el amor. No sé. Es un recuerdo que tengo que clasificar en palabras de adulto, para después archivarlo, empolvarlo y deshacerme de él. No quiero. La última vez que la vi, fue en el trolebús, estaba con su novio, supongo. Yo regresaba a casa, con mi abuela, con mami. Ella iba parada y nosotros sentados. La miraba con serios ojos, ella también me miraba. Tenía una mirada nostálgica, su novio, supongo, le hablaba como para animarla y ella reía mecánicamente, sin ganas, no son su sonrisa. Cuando yo miraba a él y él me veía, rápidamente bajaba mi mirada, pero nuevamente buscaba la de ella, buscaba sus ojos para perderme. Y ella me miraba, no me sonreía como cuando los adultos tratan de ser simpáticos con los niños y terminan siendo otra cosa, no, me miraba diferente.
Tiempo después, la oficina se había mudado, ella también. La oficina quedó vacía, y cada vez que pasaba por ahí y la veía, la veía como esperando. No sé qué.
El anhelar agita nuestras almas, y ¡ay de aquel a quien retiene del miedo de la muerte! Pero si nos alienta un impulso divino y la pequeña razón naufraga, sobreviene en nuestra existencia un instante decisivo. Y de él saldremos a la muerte o a una nueva vida, ¡pésele al Destino, nuestro ceñudo príncipe!
Pero la infancia no se reduce a eso, para un niño en un día (en una hora) sucede lo que en una semana (un mes) para un adulto y buscamos esos instantes divinos al menudeo o yo no sé. Mi infancia es una memoria, un recuerdo publicado tempranamente.
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
Ahora busco una cita célebre para terminar este capítulo, sin embargo la originalidad de la infancia de cada quien es a veces ajena a las palabras, aunque tal vez un libro de Freud ofrezca respuestas...
No te asustes de decirme la verdad
eso nunca puede estar así tan mal
yo también tengo secretos para darte
y que sepas que ya no me sirven más.
Julieta Venegas
Los niños adivinan qué personas los aman. Es un don natural que con el tiempo se pierde.
Paul de Kock
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